Quería ser un poeta...

él quería ser un poeta. no de esos poetas que deciden comer mierda y beber alcohol mientras los publica alguna casa editorial, no; no de esos poetas que deciden que la vida bohemia es su única alternativa mientras llega la muerte.

él queria ser un poeta publicado, mientras seguía viviendo su vida de profesor universitario de clase media.

era un tanto irónico... la razón por la cual se había fugado de su casa, a los 12 años, era precisamente porque su mamá pasaba soñando y escribiendo poemas todo el día y él no soportaba que ella no viera la pobre realidad que los rodeaba, a ella, madre divorciada, y a sus seis hijos.

ella murió siendo la poeta mas bohemia y pobre de los barrios del sur, sin haber podido siquiera contar como es que era dueña de una balalaika que sabía tocar a la perfección.

pero él, él queria ver sus poemas publicados. escritos en las hojas de papel mas delgadas que haya visto, algunas amarillas por su color natural y otras amarillentas por el paso del tiempo, que sostenian de forma casi inexplicable letras fundidas a punta de máquina de escribir, palabras mecanografiadas en horas de almuerzo, en la noche, en cualquier momento. Cuando golpea la inspiracion, hay que acercarse a la máquina.

así, un día decidió invitar a un poeta famoso de su país, un poeta publicado y traducido y admirado y reconocido por ser uno de los pocos poetas de su región: Quince.`

ese domingo, mi mamá pasó casi toda la mañana preparando el almuerzo, con tal de hacer un plato fuerte exquisito para nuestro huésped y deslumbrarlo con un arroz con camarones que le abriera el apetito hacia nueva poesía.

mi papá y Quince fueron probablemente los unicos que disfrutaron tal almuerzo; mi mamá estaba exhausta, mi hermana probablemente comía un plato más acorde a su edad y yo me tomaba un vaso entero de fresco con cada camarón... pensándolo bien, mi papá probablemente estaba tan nervioso que los camarones le supieron a nada.

llegó la hora tan esperada. mi papá quería que todos estuviéramos presentes mientras Quince, armado de sus anteojos y un digestivo cortesía de mi papá, leía los poemas que llevaban quince, veinte años gestándose.

todos veíamos con atención como Quince pasaba rápidamente de la primera hoja a la segunda, a la tercera y solo de reojo el resto de los poemas.

"Mirá, Memo, yo diría que a estos poemas les falta... algo. Siento mucho decirte que no he encontrado nada que pudiera publicarse"

no tengo la menor idea qué tanto lloró mi papá esa tarde cuando Quince se fue bien comido y atendido, pero definitivamente lloró.

por eso, guardo mis poemas en lugares dónde nadie más pueda leerlos.


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