Me niego a celebrar el 15 de setiembre!


El llamado al patriotismo cada mes de setiembre, con el claro énfasis del día 15, siempre me ha sido algo difícil de justificar. Aún no tengo la dicha de tener un hijo o hija a quien explicarle por qué - aparte de cuando juega la selección - el pueblo se desvive por vestir de blanco, azul y rojo sus calles durante estos días. Pero cuando me llegue el turno de hacerlo, fallaré en forma clara como patriota y espero tener éxito como realista.
Nuestra independencia, patriotismo y nacionalismo están salpicados de pequeñas anécdotas que, una vez colocadas todas juntas en un solo texto, nos debería hacer cuestionar qué tanto merecemos celebrar este día. Recordemos que muy poco tiempo después de la firma del acta de independencia en Guatemala, decidimos unirnos al Imperio Mexicano (razón por la cual, imagino, sentimos que los mariachis son dignos representantes de nuestra cultura y nunca decidimos desarrollar un género musical propio a esa escala). Claro, este Imperio Mexicano no duró mucho tiempo tampoco, pero sentó las bases para que esas 5 pequeñas ex-provincias españolas siempre siguieran buscando unión y dependencia de entes foráneos para su subsistencia.
La música de nuestro himno, como bien recuerdan de las clases de Estudios Sociales de primaria, fue escrita en la cárcel. Al parecer don Manuel María Gutiérrez Flores no le gustaba la idea de un “deadline” de 24 horas para componer un himno, por lo cual el presidente Juan Manuel Porras decidió que era mejor darle un espacio idóneo para componer el himno, y qué mejor lugar - a falta de cubículo de oficina, que aún no se inventaba - que una celda de prisión. Así, esa música que engalana los inicios de cada cadena de televisión, del espacio radial de Canara todas las mañanas, de cada partido de La Sele (o sele, como el mango, mucho más apropiado), nos debería recordar que detrás de esa partitura hubo fácilmente un período de 24 horas de dolor, tortura mental y poca independencia. La música del himno fue dedicada a un francés, Gabriel-Pierre Lafond, quien intentó abrir un canal interoceánico entre Bocas del Toro y el Golfo Dulce (ambos territorios costarricenses en aquella época y aprovecho el paréntesis para lamentar la pérdida del primero como parte de Costa Rica).
Este asunto de abrir un canal interoceánico en la región contaba con muchas posibilidades (de las cuales solo una prosperó, como bien sabemos), pero hubo una que involucró a los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña, quienes cordialmente delimitaron la frontera entre Costa Rica y Nicaragua. Fue gracias al acuerdo limítrofe Webster-Crampton que don Manuel María Gutiérrez pasó 24 horas en una celda hasta que compuso la bella música de nuestro himno.
Como también recordamos de nuestras clases de Estudios Sociales, la letra actual la compuso “Billo” Zeledón, pero lo que se omite usualmente es que la primera letra la compuso un colombiano, José Manuel Lleras. Este fue probablemente el primer trabajo de “outsourcing” que Costa Rica contrató, pero lo interesante es notar como este asunto de nacionalismo en realidad no era tan radical como para que foráneos hicieran lo que nos tocaba hacer. De ahí que probablemente no tuvierámos inconvenientes en que vinieran compañías transnacionales a explotar nuestros recursos naturales (todos a leer Mamita Yunai de nuevo, por favor), a costa de la salud y bienestar de nuestros conciudadanos, sin mencionar el daño ambiental y social que esto conllevaba. De la época de la United Fruit Company para acá, hemos dejado que otras compañías también se establezcan en el país, sin medir más allá de un término presidencial, las consecuencias de dichas acciones. 
Estoy seguro de que hay más anécdotas alrededor de nuestros símbolos patrios y nuestra independencia, pero quiero aterrizar mi texto a este llamado al patriotismo que nos recetan año a año. El patriotismo y el nacionalismo acarrean como efecto secundario el racismo, a pequeña o gran escala y de ahí que considere que mi negación a forrar mi casa en azul, blanco y rojo sea una declaración explícita contra el racismo, contra el nacionalismo radical. ¿Por qué debería estar orgulloso de vivir en un país que no dejaba que los negros llegaran a San José sino hasta después de 1948? ¿Por qué debería estar orgulloso de un país que dice a coro “de fijo es nica” cada vez que un asesinato ocurre en nuestro país, olvidando que sin una fuerza laboral como la nicaragüense no tendríamos azúcar, café y otros productos en nuestra mesa? ¿Por qué debería estar orgulloso de un país que no se ha sabido defender de invasiones más claras que las de William Walker en 1856 solo porque prometían prosperidad para algunos, usualmente de la clase alta de este país? ¿Qué independencia voy a celebrar si aún en estos días nuestros gobernantes parecen seguir el consejo de otros países antes de emitir un voto en las Naciones Unidas? 

Si quisiera colocar una bandera en mi casa, colocaría una que hiciera alusión al respeto que deberíamos tenerle al prójimo y al planeta que nos permitió evolucionar hasta convertirnos en lo que somos hoy, lamentando la brutalidad con que parecemos olvidar esa conexión y lo efímera y frágil que es nuestra existencia. Sería una bandera de esperanza, que pudiera decir “recuerden, aprendan, trabajen en armonía por un progreso que no dañe el ambiente irreparablemente”. 

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