al rojo vivo. capítulo 6: cambios.

- paul, has visto a hélene recientemente?
- cómo?
- hombre, estás sordo o acaso ciego como su esposo? has visto como ha cambiado hélene de un tiempo a acá?
- ah... sí, claro, he notado el cambio... disculpá, estaba pensando en otra cosa.

gran mentira. la mención del nombre de hélene causaba en paul una reacción inmediata. le recordaba la primera vez que había sentido su cuerpo sudar maratónicamente con ella encima, cabalgándolo en una forma en la que paul se había vuelto un medio para el gozo, no una razón, y lo disfrutaba ampliamente. escuchar a alguien más hablar de hélene en la oficina le causaba, ahora, celos y sorpresa. celos, naturalmente, porque se daba cuenta que no era el único que en algún momento se había fijado en la figura delgada y espigada de hélene. "la liba", como le decían algunos de sus compañeros, haciendo en parte alusión a las raíces de Hélene y en parte a aquella modelo, luba, que le quitaba el sueño a más de uno... la liba, pues, había hecho que más de uno de sus compañeros de trabajo suspirara por ella, la deseara, la viera con ojos de lujuria, pero paul sabía que nadie había pasado del punto de hacer un cumplido temiendo una reprimenda del departamento de recursos humanos, que les podría costar el trabajo en la bnp.

pero lo que más sentía paul ahora, como lo mencioné anteriormente, era sorpresa. llevaba algunas semanas ya haciendo el amor con hélene en su diminuto apartamento tipo estudio de neudorf y sabía que había una razón por la cual hélene no se quedaba más tarde de las 9 pm... sospechaba que había alguien esperando de vez en cuando por hélene, pero temía preguntarle... sabía que si hélene no le daba razón alguna, era por una buena razón... pero ahora, enterado en forma indirecta no solamente de que hélene estaba casada, sino casada con un hombre ciego, había hecho que paul dudara de seguir adelante con su romance.

no era por lástima al pobre esposo que no veía la cara de hélene al llegar a su casa, indudablemente brillante con un color rojo cobrizo, como si su temperatura fuera aún la misma que tenía al sentirse empalada por el miembro de paul...

era por temor.

claro que paul había sido testigo de los cambios en hélene. había pasado de vestir todos los días con pantalones pasados de moda a faldas que variaban en largo, pero que siempre dejaban ver su piel mediterránea, brillante en forma ahora natural. las blusas habían pasado de ser blusas holgadas a blusas ajustadas, que dejaban ver, gracias al aire acondicionado de la oficina, el tamaño y la forma inequívoca de los pezones ligeramente más morenos que el resto de la piel de hélene y le hacían recordar las veces que los había sentido entre sus labios, mordiéndolos suavemente para darle el placer justo...

había razones de sobra para sentir temor.

paul se quedaba tumbado en su cama mientras hélene se vestía de vuelta, levantaba una pierna, la ponía en el suelo y levantaba la otra, para dejar que su minúscula tanga empezara el camino desde los pies hasta cubrirle el sexo nuevamente. paul podía ver que por las piernas de hélene se deslizaba un poco de su semen y ella lo recogía con la punta de sus dedos para darle la última saboreada antes de partir. pero paul sentía la presencia de hélene en su cuarto muchas horas, incluso a la mañana siguiente de haberse acostado juntos, por el olor que impregnaba las paredes del cuarto y que provenía del cuerpo de hélene... era ese olor delicioso, indescriptible a menos de aproximarlo a una combinación entre sudor, lujuria, verano y tulipanes... era ese olor que se quedaba en el cuarto de paul, pero que no abandonaba a hélene por más de un día, tal y como se había dado cuenta paul en el trabajo al saludarla a la mañana siguiente.

paul presentía lo peor.

ian, el esposo de hélene, llevaba unos 5 años ciego. había perdido la vista en ibiza, al haberse desmayado en manumission al hacer una mala mezcla de anfetas. un amigo, igual de drogado y apenas con primer año de medicina aprobado, había intentado determinar el estado de paul abriendo sus ojos e iluminándolos con lo primero que alguien le había dado, con tal mala suerte para ian que lo que su amigo utilizó había sido un puntero laser. 2 días después del incidente, un doctor le comunicó a ian que el daño causado por el laser era irreversible. el amigo de ian jamás le volvió a llamar o visitar y cambió su carrera por misionero y se había ido al áfrica, donde fue asesinado brutalmente por una horda enardecida en medio de un golpe de estado.

ian, 5 años más tarde, se había vuelto un recluso en su propio apartamento. pese a que había aprendido a manejarse en la calle con la ayuda de un perro guía y su bastón, había decidido dedicarse a hacer música en casa, tomando clases de guitarra y piano. había sobredesarrollado su sentido del oído y había encontrado en la música un escape a su noche eterna.

cuando hélene finalmente le comentó todo esto a paul, a insistencia de este último después de una nueva sesión de placer mutuo, paul confirmó sus temores. estaba convencido de que ian no solo había ampliado su capacidad auditiva, sino también sus otros tres sentidos, haciendo del cambio en hélene algo más táctil, olfatorio y auditivo que simplemente visual.

paul veía la piel de hélene brillar con ese color rojo vivo, pero estaba convencido de que ian sentía el cambio en temperatura del cuerpo de hélene al llegar a casa. paul sentía la piel de heléne estremecerse con cada caricia suya, pero estaba seguro que ian podía sentir el paso de otros dedos por las nalgas de hélene. paul escuchaba la voz de hélene y sentía que su sangre hervía de pasión al concentrarse en su miembro. ian escuchaba la voz de hélene y escuchaba ese timbre post coital, melodioso, en armonía con el vaivén que su cuerpo aún replicaba como si estuviera encima del de paul... para paul, ian incluso podía oler que hélene había eyaculado encima de otro hombre.

paul sentía que había ido muy lejos, pero no se podía detener tan fácilmente... y hélene no lo dejaría hacerlo.

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